«Llegará el momento, espero, en que yo – o alguien más – tenga ocasión de evocar los distintos tipos de nuestros proveedores y clientes. Entonces hablaremos de esos viejos profesores que primero nos traían los libros que no necesitaban, luego los tesoros de sus bibliotecas, luego baratijas sin ningún valor, luego algún libro ajeno que les habían dejado en depósito…Mencionaremos también a las damas que llegaban con novelas francesas, a los adolescentes que se despedían de la literatura de su infancia, a los coleccionistas que, libro tras libro, nos entregaban aquello que había dado sentido a sus vidas, a los libreros de viejo que acudían para respirar un aire familiar, a los nuevos ricos que nos compraban los «libros-divisas» invirtiendo así un dinero que…