Balance literario 20122012 ha sido un año de grandes nombres de la literatura universal, de joyas rescatadas de las estanterías de viejo y de unas pocas novedades editoriales dignas de mención. Pero, como han percibido los lectores regulares y ocasionales de este espacio, éste ha sido también un año de exigentes viajes literarios e intelectuales, de grandes y desafiantes historias de violencia y pecado, de profundas reflexiones sobre la vida y la muerte, capaces de dejar el lector en un transe casi místico, y, a la vez, de memorables poemas escritos en prosa. Si el autor estadounidense Cormac McCarthy fue una presencia constante tanto en las noches de calor sofocante como en las frías tardes de invierno, no menos impresionantes fueron los encuentros furtivos con Fernando Pessoa gracias a la majestuosa novela El año de la muerte de Ricardo Reis (1998), de José Saramago, y al excéntrico estilo de Valter Hugo Mãe en La máquina de hacer españoles (2012). Y, hablando de literatura portuguesa, tampoco hay que olvidar la descubierta de otro genio de las letras impresas – Gonçalo M. Tavares – y sus relatos cortos sobre la técnica y el miedo. Pese a los bajos índices de traducción al castellano y a su categorización como autor de culto, Gonçalo M. Tavares es ya uno de los imprescindibles de mi biblioteca personal, porque, como él mismo dijo en una entrevista publicada en la revista Minerva en 2007, sus obras logran «interrumpir la canción: provocar un silencio súbito e incómodo en medio del ruido normal«.


Pero, bueno, vayamos a lo que interesa: la famosa lista de las mejores lecturas de 2012 sobre un total de 66 libros leídos y terminados. Una lista en la que apenas figuran novelas editadas este mismo año; una mano llena de títulos publicados originalmente en otros idiomas y en décadas pasadas. Exceptuando Los mutilados (2012) de Hermann Ungar y El alcohol y la nostalgía (2012) de Mathias Énard, los rescatados más fascinantes y placenteros del año fueron:


Amarillo (2008), de Félix Romeo, que se presenta como un hermoso y espinoso homenaje a la literatura, la amistad y la vida. «Te odio cuando respiro y respiro siempre.»


El animal moribundo (2002), de Philip Roth, en el que el autor indaga sobre el caos de Eros y la desestabilización radical que es la excitación, y reflexiona sobre la muerte y la vejez. «He aquí lo que sucede: notas dolorosamente lo viejo que eres, pero de una manera nueva. ¿Puedes imaginar la vejez? Claro que no. Yo no lo hice, no pude hacerlo, no tenía ni idea de cómo era.»


Desgracia (2009), de J.M. Coetzee, una obra imprevisible, peligrosa y, a la vez, intensamente realista, que deja más preguntas en el aire que respuestas en el papel. «El origen del habla radica en la canción, y el origen de la canción, en la necesidad de llenar por medio del sonido la inmensidad y el vacío del alma humano.»


El gran cuaderno (2007), de Ágota Kristof, una historia sórdida e impactante sobre juegos de niños, ambientada la Segunda Guerra Mundial. «(…) porque la palabra «gustar» no es una palabra segura, carece de precisión y de objetividad. «Nos gustan las nueces» y «nos gusta nuestra madre» no puede querer decir lo mismo.»


El hombre jazmín: Impresiones de una enfermedad mental (2006), de Única Zürn, un vibrante e hipnótico relato (muy poco convencional) sobre su caóticamente loco mundo interior. «Ahora ella mira con más atención a su vecina de cama y ve que no es más que una pobre loca, vieja y triste. Pero esta frase – «soy un caso único» – le da que pensar. ¿No creía ella lo mismo?»


Y, dicho esto, ya sólo queda sacar el bolígrafo rojo para enumerar las grandes decepciones (y no abandonos que también los hubo) del año, entre las cuales figuran Tierra de Caimanes (2012), de Karen Russel, Plano Americano (2011), de Agustín González Ruiz y Fernando González Ruiz, y El ladrón de compresas (2007), de Sergio G. Ros.